Este puente están allí mis padres y ayer mi madre me llamó consternada.
"Hija, ¿tú sabes la pareja de gays que viven en la puerta de al lado? Que por cierto me he enterado de que están casados, pero casados casados. Pues nada, que resulta que ayer tu padre y yo salimos a cenar y cuando volvemos, vemos un rato la tele y a dormir. Y por la mañana temprano tu padre que se despierta antes ha escuchado a los vecinos hablar un poco alto, pero entre que no se entendía bien y encima son extranjeros y a pesar de llevar mucho tiempo aquí no hablan español, pues tampoco se ha enterado de nada. Y luego ha escuchado unos ruidos y golpes y ha pensado que estaban de obras, aunque un poco temprano, eso sí.
Total, que luego he salido yo un poco más tarde a comprar y me he encontrado la puerta precintada como en CSI, con los plásticos de la policía. Y me he enterado de que han tenido una discusión y se han zurrado, de hecho se han apuñalado, y uno de ellos está muy grave en el hospital. Y la policía ha venido a casa cuando estaba tu padre solo y le han interrogado, y claro, con lo despistado que es él, pues sólo les ha podido decir que eran gente muy normal y siempre saludaban".
Total, que a mis padres les ha venido la realidad a ver: pareja de gays, casados, y ahora con violencia doméstica de por medio. La realidad (triste realidad en este caso) está en la puerta de al lado.
Y quien diga que no hay que seguir luchando por nuestros derechos se equivoca:
La violencia entre parejas del mismo sexo sigue estando en la segunda fila de la ley.